martes

Jácara y Patraña (cuento)

Matías

Matías era un buen periodista. La verdad, es que su trabajo era estupendo, obtenía las mejores instantáneas allí donde sólo llegaban los más osados. Lo llamaban "el fotógrafo de la guerra". Sin embargo, para mi gusto, había realizado mejores trabajos de filmación y entrevista.
Trabajaba para un informativo televisado y un importante periódico, también escribía para una revista de actualidad.
Era de esperar que cuando Estados Unidos declarara la maldita guerra a Irak él estaría allí y así fue, incluso antes de que sea oficial la noticia. Claro que mucho antes de viajar, cuando los rumores periodísticos confirmaron la amenaza, preparó algunos asuntos. Aún estoy asombrado, previno mucho más allá de lo que puedo explicarme.

Esa noche -porque eligió una noche para decírmelo- me sirvió un whisky y se sentó a cenar un sándwich conmigo, yo sabía que pasaba algo –soy su padre, puedo notarlo-.
-Me voy a Irak- dijo. Recuerdo que discutimos, siempre lo hacíamos cuando no estábamos de acuerdo, pero sabía, como siempre, que terminaría haciendo lo que quisiera.
Esa noche intenté lo que nunca. -Qué dirá tu madre-, le dije. Y gracias a ese comentario nuestra discusión se prolongó unas horas y en su enfado llegó a decirme que fue culpa mía la separación. En fin, eso me molestó tanto que ésta vez me negué a intervenir, -se lo dirás tú- le grité, además así me ahorraría las "agradables apreciaciones" sobre mí, que suele hacer mi ex mujer.
Pasaron unos días y se calmaron las cosas, me dijo que viajaría en una semana, y yo para valerme de algo reincidí con lo de aquella noche. –¿Ya se lo has dicho a tu madre? ¿Qué te dijo?-.
-¿Qué me va a decir?- Contestó un poco molesto -Me voy a una guerra papá. ¿Qué esperas que me diga? Lloró todo el día. Incluso cada vez que me llama.
Yo sabía que algo así sucedería y con ello tenía la lejana esperanza de que desistiera.

Un día antes del viaje, me entregó doce cartas. Fue uno de los momento más desgarradores de mi vida. Nunca antes mi hijo me vio llorar, en cambio en ese no pude articular ni una palabra.
Me entregó doce cartas y me pidió que las fuera enviando una por mes. Las cartas eran para Marta, mi ex mujer, su madre. Me dijo que en cuanto pudiera me enviaría una a mí -No tardará más de cinco meses, lo prometo-. Ambos sabemos cómo es Marta, si no das señales de vida a cada rato, se vuelve loca y vuelve loco a todos, aunque simplemente fueras de acampada al jardín de casa.
A pesar de todo, lo de las cartas me parecía una buena idea, nunca se sabe si una carta llegará a destino y Marta con todo esto de la guerra... sería imposible.
Pasaron tres meses y por supuesto que leía toda la información que llegaba a mis manos referida a la guerra. Pero tampoco quería obsesionarme, porque a veces era peligroso pensar en ello: las imágenes más terribles no paran de aparecer en tu mente, las noticias te llevan a relacionarlas con tu hijo constantemente, que si los bombardeos, las minas, las guerrillas, los secuestros, los degollados, en fin, no es necesario describir las atrocidades habituales que se practican en una guerra.
Días antes de enviar la cuarta carta destinada a Marta, un informativo comunicó el atroz bombardeo aéreo que sufrió la ciudad de Basora –cuidad en la que mi hijo dijo que se alojaría mientras estuviera allí-. Rompí a llorar como un desesperado, llamé por teléfono a Marta, ella también vio la noticia, lloramos juntos por teléfono y entre sollozos, llantos y prolongados silencios estuvimos una hora y media –desde el divorcio, hacía varios años, que no llamaba a mi mujer.
Colgué el teléfono cuando me hube desahogado, nada estaba dicho oficialmente pero era inevitable pensar que algo malo había sucedido. Luego recuerdo que me dormí profundamente y desahuciado.
Al día siguiente cuando miraba las noticias, un poco recuperado de ánimos, vi sobre la mesa la cuarta carta que mi hijo había escrito para su madre. Sin pensarlo un instante, la cogí y salí. Me guiaba una fuerza extraña, poderosa que me arrastraba a entregarla al correo sin pensar en nada. Con la mente absolutamente secuestrada y en blanco. Cuando la entregué sentí que algo abandonaba mi cuerpo y me dejaba deshecho nuevamente, era como si todas mis fuerzas se hubieran acumulado para llevar la carta al correo, pero luego me invadió el pánico. No sabía lo que había hecho ni por qué. Lo que era seguro es que Marta creería que nuestro hijo aún vivía. Supongo que la fuerza de la fe y el mismísimo amor fueron los que me impulsaron (y me impulsarían a enviar hasta la última carta, transcurridos los doce meses).
Para mi sorpresa, el sexto mes después de enviar la secta carta, recibí una de mi queridísimo hijo, fechada cuarenta días después del bombardeo.


Hola Papá.
En estos difíciles meses, los recuerdos de mi niñez me han visitado a menudo, tú eres gran parte de esa niñez, tú eres gran parte de mis mejores recuerdos. A veces te hecho tanto de menos...
Sé que te estás ocupando de enviar los sobres a mamá. Saber que ella no se preocupa por mí y que está bien me ayuda a continuar y a mantenerme alerta, no sé si podría hacerlo de otra manera.
Con respecto a mi trabajo, como sabrás, es muy duro, pero fundamental, si supieras... estarías orgulloso de mí.
Espero que esta carta te lleve toda mi presencia, la tuya la tengo día a día conmigo, a mi lado, aún más en las complicadas situaciones. Bueno, no hablemos de esto, quiero decirte también que a cualquier mensaje o carta, antes de llegar a destino, las abren en los recintos de inteligencia y las controlan (para que no existan mensajes escritos en clave o información que ayude a los contrarios) y luego, una vez verificadas las envían a sus verdaderos destinos (la dirección que figura en los sobres nunca corresponderá con la mía, son medidas de seguridad) Y otra cosa, no me alojo en un mismo, tengo que moverme según convenga, y estos cambios los hacemos de manera imprevisible, ya sabes.
No olvides que sé moverme en estos lugares.

Te dejo un abrazo y no te preocupes por nada, estoy bien.
Te quiero con toda el alma y te llevo conmigo.
Hasta la próxima carta.

PD: sigue enviando a mamá las cartas que te dejé porque no sé si podré escribirle a ella también, por las dudas... tú ya sabes.


Bueno, intentar explicar lo que sentí cuando recibí esta carta es imposible, lo que más se acerca a ese sentimiento fue el día en que Marta lo trajo al mundo, lo pusieron en mis brazos y lloró por primera vez, así... con su miradita perdida y sus ojos transparentes, su cuerpito delicado moviéndose levemente, sus cabellos suaves...
Llamé urgentemente a Marta para compartir la noticia de que nuestro hijo estaba vivo, que de verdad estaba vivo, pero por supuesto no le dije nada, simplemente hablamos de cuándo terminaría todo y yo estaba eufórico y ella tan tranquila, con la tranquilidad que yo le daba, si pudiera decirle que de verdad estaba vivo, que ahora sí que estaba bien y no antes, pero era mejor así, al fin y al cabo la conclusión era la misma.
Desde allí supe que todo iría bien, que los días sucederían y que en cualquier momento mi hijo llegaría a casa. La guerra ya no era noticia, más bien estaban las pequeñas guerrillas pero eso ya no era un peligro, mi hijo en Colombia había estado en peores situaciones y las conocía perfectamente.
Yo continué enviando las cartas, la de noviembre, diciembre, enero y febrero, pero después de entregar la novena carta, recibí la segunda carta de mi hijo:


Hola papá
.
Llegada esta instancia, me veo en la obligación de darte este mensaje aunque hubiera preferido que sea en persona, pero es imposible. Nunca creí que llegaría éste momento, quiero decir, que no creí que sucedería pero igualmente estoy preparado. Esta es la segunda carta que te envío, y la última por el momento, pero no te alarmes. Los hijos somos hijos de la vida, como decías.
En éste tiempo me han sucedido cosas fantásticas, estoy encontrando cosas maravillosas para mi vida personal, ya sé que el lugar no es el mejor, el más adecuado, pero también sé que nunca se sabe dónde encontrarás lo que necesitas, pero bueno. Esta carta será un poquito triste por la decisión. Sé que lo entenderás (siempre lo has hecho).
Parece extraño que de todo esto me diera cuenta aquí, en plena guerra, pero creo que es el sitio justo, las cosas siempre llegan cuando tienen que llegar.
La decisión que tomé, es que me voy, que no volveré, que desde aquí mismo me voy al mundo a establecerme en algún remoto lugar, desde donde te escribiré pasados algunos años, los suficientes como para sentirme realmente independiente conmigo mismo (encontré una fabulosa mujer, ya la conocerás).
Esta, la escribí con lágrimas, me hubiera encantado que sea de otra manera, pero no hay vuelta atrás, ya me conoces, nunca desisto una vez empezado. Bueno, ya basta de hablar de esto, te comento también que mi trabajo va perfectamente, ya sabes que no tendré problemas en ninguna parte del mundo puesto que el periodismo no tiene nacionalidad, como siempre dije. Por ese lado no hay inconvenientes.
Podría escribirte hojas enteras en esta despedida, pero no. Y aunque me cuesta tanto esto, no quiero irme sin decirte que es un placer ser tu hijo, eres genial.

Te quiero con toda el alma y te llevaré por siempre conmigo. Adiós Papá.

PD: por favor, envía las cartas que faltan a mamá, luego le escribiré una al final, para despedirme también, tú no te preocupes por ello.

Tu hijo: Matías.


Mis sentimientos se movían entre la felicidad y la tristeza, mi hijo ya había crecido y se largaba al mundo, era todo un hombre, un gran hombre. Y por otra parte seguía siendo mí hijo. Era extraño la paz general que sentía en mis carnes, en mi piel, en mi corazón. Aceptaba con toda el alma la decisión y con un poco de nostálgica felicidad.
Entregué la décima al correo, la undécima y la última carta, la carta número doce. Pero días antes de entregarla, había decidido abrirla y leerla. No sé, creo que por simple curiosidad y por asegurarme de que los datos no están muy desencajados con lo que había ocurrido hasta el momento en Irak.
Cuando la tuve en mis manos a punto de abrirla un escalofrío me recorrió el cuerpo, la carta decía así:

Hola mamá.
Llegada esta instancia, me veo en la obligación de darte este mensaje aunque hubiera preferido que sea en persona, pero es imposible. Nunca creí que llegaría este momento, quiero decir, que no creí que sucedería pero igualmente estoy preparado. Esta es la carta número doce que te envío, y la última por el momento, pero no te alarmes, los hijos somos hijos de la vida. ¿Recuerdas?.
Te cuanto que en éste tiempo me han sucedido cosas fantásticas, he encontrado cosas maravillosas para mi vida personal (incluso me he enamorado). Ya sé que el lugar no es el mejor ni el más adecuado, pero así son las cosas. Esta carta será un poquito triste por la decisión. Te pido por lo que más quieras que lo entiendas. El río, debe dejar de ser río, para ser eterna e infinitamente mar.
Parece extraño que de todo esto me diera cuenta aquí, en plena guerra, pero ha sido el sitio justo, las cosas siempre llegan cuando tienen que llegar.
La decisión que tomé, es que me voy, que no volveré, que desde aquí mismo me voy al mundo a establecerme en algún remoto lugar, desde donde te escribiré pasados algunos años, los suficientes como para sentirme realmente independiente conmigo mismo. (Me cuidará mi mujer, ya te enviaré alguna foto, te encantará).
Esta, la escribí con lágrimas, me hubiera gustado que sea de otra manera, pero no hay vuelta atrás, ya me conoces, nunca desisto una vez empezado. Bueno, ya basta de hablar de esto, te comento también que mi trabajo va perfectamente, ya sabes que no tendré problemas en ninguna parte del mundo puesto que el periodismo no tiene nacionalidad, como siempre dije, por ese lado no hay de qué preocuparse.
Podría escribirte hojas enteras por esta despedida, pero no. Y aunque me cuesta tanto esto, no quiero despedirme sin decirte que eres maravillosa mamá, siempre lo has sido, tengo tanto que agradecerte.

Te quiero con toda el alma y te llevaré por siempre conmigo. Adiós.

Tu hijo: Matías.

Terminé de leerla con la mano en el pecho sosteniéndome el corazón.
Cuando salí del hospital, ya recuperado -me diagnosticaron un preinfarto- volví a casa. Hice una copia de la carta, la cerré y la entregué al correo.
Imagino la gran sonrisa de su madre al recibir una carta de su querido hijo Matías.
Germám Banega -Argentina-





Meninas


Sr. Rodero, pintor y decano en funciones de la universidad de bellas artes de Calodia, distinguido profesor de asignaturas referidas al color en diversos cursos, tenía la peculiaridad de ceder al vómito, más la dudosa fortuna de que el deshecho, una vez derramado, pasara a extenderse leve y ligero sobre la superficie en que caía hasta dejar inmortalizada la perfecta representación de una Menina.
En cierta ocasión, consabido de la dádiva, procedió a tenderse a mano un lienzo sobre el cual dar fe del extraño suceso, que había ya visto en un par de ocasiones desteñirse en la cisterna de su cuarto de baño.
Trasegó pues el lienzo con sí, salvo en las noches, en que lo dejaba a pie de alfombra, junto a la cama.
Y así llegó, días después, el momento en que le sobrevino el síntoma, con la mala ventura de despertarle en golpe de sueño hondo y, la probabilidad de acertar en el lienzo, en exceso reducida de tan súbito el efecto. Así pues quedó entre las sábanas rodeado de las dichas; tal que hubo de adoptar postura incómoda para no hacer roce, a sabiendas de lo sañudo del contacto dérmico con la muerta pintura.

©Selavy –España-
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